UNO MÁS… ¿CUÁNTOS MAS?
¿Tiene que resignarse este país a vivir en este clima de
inseguridad y de tragedias? ¿Están infiltradas todas las instituciones de la
República por las organizaciones mafiosas? Son preguntas claves que debe
formularse la ciudadanía para intentar entender y aprehender las tragedias de
las muertes por encargo y la total impunidad de tantos crímenes en nuestro
medio. El miserable asesinato del
corresponsal del Diario ABC color de Curuguaty, el periodista Pablo Medina y su asistente Antonia Almada, en
pleno día, por dos sicarios disfrazados de militares que luego de identificar a
la víctima procedieron a masacrarle a balazos, es otro hecho que se suma a esta
ya larga cadena de crímenes en el intento por silenciar a la prensa, por
silenciar todo testimonio que intente denunciar o atestiguar contra los
intereses de los que lucran con la mafia de las drogas, del rollotráfico, del
contrabando y de tantos negocios turbios que operan en nuestro país. Desde la muerte de Santiago Leguizamón, en
abril de 1991, otros doce crímenes de comunicadores se sucedieron sin que los
culpables materiales y/morales hayan sido castigados. La muerte de Pablo
Medina, no es un caso aislado, ni circunstancial. Es parte de un plan miserable
de dominación, parte de un imperio tenebroso que afianza su dominio y procede a
enviar un mensaje de advertencia a todos los medios de prensa, y a toda la
ciudadanía honesta, diciéndoles a todos, que contraponerse a sus dominios puede
conducir a la muerte y a la muerte impune.
La mafia domina territorio, tiene estancias, flota de aviones, campos de
aterrizajes clandestinos, corrompe a fiscales y jueces, se asigna protecciones
policiales y militares, y extiende sus tentáculos hasta instituciones
importantes. Estamos en presencia de lo que se ha dado en llamar la narcopolítica.
Esto está haciendo que Paraguay sea un país inviable institucionalmente
hablando. Un país envilecido porque aquí todo se compra y los delitos se
apañan. No hay castigo para los que roban al estado. Muchos de ellos siguen
campantes en sus curules de
parlamentarios o en sus despachos de altos funcionarios. Aquí se resuelven los
casos judiciales con llamadas telefónicas, y los administradores que dilapidan
los fondos en ministerios, gobernaciones o municipios, son protegidos por un
pacto político. En este contexto la muerte de los dirigentes campesinos y de
los periodistas, son apenas anécdotas sin importancia. El poder de la mafia
está presente y la modalidad mafiosa inficiona todos los ámbitos de la
sociedad. Es hora de la gran reacción ciudadana, o de lo contrario todos
terminaremos siendo víctimas. Como decía Moncho Azuaga, que Pablo Medina, no
descanse en paz, que su muerte nos interpele, que su sangre nos salpique, que
el testimonio de su valentía y vocación de servicio, sean un signo de rebelión
y resistencia. Un hermoso país como el nuestro nunca debe resignarse a vivir la
desgracia de la impunidad y la corrupción. Que nuestros héroes y nuestros
mártires jamás lo permitan.
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