SER GRATO
ES UNA OBLIGACIÓN.
Los
recuerdos de los años estudiantiles en general dejan una marca imborrable en
cada uno de los miembros de un grupo determinado. La razón principal es que
coinciden con los mejores momentos de la vida, en que se forjan los primeros
ideales y emergen los primeros sueños.
Somos de la promoción de 1962 de la Escuela
Nacional de Comercio de Concepción. Eran tiempos difíciles en
pleno auge de la tiranía y de alguna manera comenzaba a verse con malos ojos
que los jóvenes dejen constancia de sus inquietudes y rebeldías. Todos nuestros
debates se iniciaban en las aulas y continuaban después en el bar de la
esquina. Nos sentíamos tan a gusto y con tanta confianza en aquel bar, porque
allí, nos recibían, nos alentaban y aconsejaban con tanta paciencia y con tanto
cariño, dos buenísimas personas, que se constituyeron así, en nuestros mecenas.
Son ellos don Laureano López, un gran señor y doña Carmen González de López,
una distinguida profesora, ambos fallecidos hace unos años. Nosotros nunca les
habíamos olvidado. Como integrante de aquel grupo, sentí el deseo de
agradecerles por todo lo que han hecho por nosotros. He aquí las palabras que
afloraron como expresión de esa gratitud:
Aquel bar de la esquina.
Éramos
rebeldes, afanosos e inquietos
y parecía
no existir suficientes oleajes
que
pudieran menguar nuestros deseos
en aquel mar embravecido de la vida.
Arma en
ristre arremetíamos
contra todo
muro de mordaza y de censura
sin percatarnos de los riesgos que corríamos
en aquel
tiempo de las risas reprimidas.
Locos y en tropel de sueños desbordantes
confundidos
en debates y amistades
adoptamos
como refugio y epicentro
aquel bar
de la esquina tan reconfortante
Allí
actuaban de testigos y como cómplices de afectos
dos mecenas
muy señeros y distinguidos
Siempre
atentos para el consejo oportuno
y el
aliento para ensanchar nuestros caminos.
Todavía las
recuerdo con cariño
a estas dos
personas que se fueron en silencio,
dejando
tras de sí la semilla germinada
en el ciclo
vital de la decencia.
En el dolor
de este recuento
dos
preguntas nos interpelan acuciantes:
¿Cuánto nos
valieron sus ejemplos?
¿Cuánto de
esos sueños sobreviven?
Las
reminiscencias del recuerdo siguen vivas
y sobre la
vieja marquesina de aquel bar cafetería
todavía
vislumbramos dos luceros
que
irradian sus fulgores
con la lumbre encendida de nuestra gratitud
perenne.
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