SE RECOGE
LO QUE SE SIEMBRA.
Otra muerte
enlutó a la ciudad de Asunción en estos días. Se trata de una joven madre
asesinada por los motochorros a pocos metros de su vivienda. Alumnos de un
colegio y vecinos y familiares de la víctima salieron a las calles reclamando
justicia. “Queremos vivir sin miedo”, “Queremos vivir seguros” “Basta de
inseguridad” rezaban algunos de los carteles exhibidos en la manifestación.
Entrevistados los familiares y vecinos manifestantes, coincidieron en afirmar
que se requiere una ley más rigurosa, que se haga justicia, que acabe la
impunidad. Todo en medio de dolor y de llanto. Es una desgracia esta violencia
que se ha adueñado de nuestras calles. Nadie puede aceptar esta situación tan
dolorosa y miserable. En medio del dolor y de la rabia, más de algunos pidieron
que se imponga la pena de muerte para los delincuentes. Los medios televisivos
ocupan sus cámaras para captar y reproducir llantos y condena de los familiares
de las víctimas pero no en hacer pensar en la verdadera causa de esta situación.
Todos tenemos derecho a gritar la indignación ante tanta violencia. Pero no
debemos quedarnos en la simple condena, porque esta desgracia no será superada
simplemente por la acción policial o con la construcción de más cárceles. Hay que
pensar en la causa de esta penosa realidad y hay que tomar conciencia de ella y
atacarla. Una de las causas inmediatas es la drogadicción. La mayoría de los
motochorros son drogadictos, que comenzaron robando a sus padres y a otros
familiares y cuando aún así les siguió faltando sus dosis, terminaron
recurriendo al asalto callejero. ¿Quiénes están detrás del negocio de la droga
en nuestro medio? ¿Quiénes son los financistas? Nunca han sido detenidos hasta
ahora los peces gordos del negocio de la drogadicción. Tenemos una policía que
hasta hoy no puede desprenderse de la corrupción interna. Una policía que tiene
el estigma de haber sido manipulada y utilizada por los políticos corruptos por
años, que sigue acusada de vender protección y recaudar de los lupanares y
negocios turbios para el maletín de sus caciques de turno. Hasta la misma
policía antidroga tiene miembros denunciados por corruptos. Y de esta corrupción no se salvan ni jueces ni fiscales. No se trata de pedir
venganza. Si se aplicara la pena de muerte, y si hipotéticamente se condenara a
cien de los motochorros, no sería ninguna solución porque, en estas condiciones, muy pronto resurgirían doscientos.
Necesitamos relacionar nuestra problemática con la situación imperante. Se roba
sin contemplación dinero destinado a la ayuda de campesinos e indígenas
condenándoseles a la indigencia. Es pobre el servicio de la salud, es pobre el
servicio de la educación. Se ha relativizado el valor de la vida y la justicia
no existe para los pobres y marginados. La sociedad está en crisis. Tenemos una
clase política irresponsable y corrupta.
Es una
desgracia el dolor y la violencia que nos aterra, pero es necesario entender
que la verdadera solución, requiere de una nueva cultura, de una nueva ética,
de una nueva justicia, de una nueva clase política; en síntesis se requiere de
una sociedad más culta y civilizada. Mientras tanto tenemos derecho a reclamar
la garantía de la seguridad a nuestras autoridades y a expresar nuestro dolor y
nuestra indignación, pero sin olvidar que todos tenemos una tarea y una
responsabilidad que nos corresponden como personas y como ciudadanos. Tenemos
que conservar la esperanza sin dejarnos abatir por las dificultades. Tenemos
que estar dispuestos a lanzar una y otra vez, los globos blancos de la paz, de
la concordia y de la justicia, como lo hicieron los compañeritos del niño que
terminó perdiendo a su madre en tan penosa circunstancia.
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