DÍA DE LA PAZ.
El 12 de
junio de 1935, luego de tres años, se firmó el Protocolo de Paz que dió fin a
la cruenta y encarnizada guerra entre
los ejércitos de Paraguay y Bolivia. Para nuestro país esa guerra no fue una
sorpresa. La amenaza se veía venir con la ocupación lenta y sostenida del
ejército boliviano del territorio chaqueño. Dentro de los preparativos figura
como un hecho importante la compra de las cañoneras Paraguay y Humaitá que
fueron decisivas para el transporte de hombres y pertrechos hacia los campos de
batalla. Entre las causas de esta guerra se anota el deseo de Bolivia de tener
un acceso directo al mar a través del Río Paraguay, especialmente después de
perder sus costas marítimas, en la guerra del Pacífico contra Chile, pero se
inscribe también una vez más, la ingerencia directa de una empresa petrolera
norteamericana, que apoyó y alentó a Bolivia, en el interés de tener acceso y
dominio de una importante zona petrolífera localizada en la franja de frontera
de ambos países. En la fase de los preparativos el potencial de guerra de
Bolivia era superior al nuestro, incluso los estrategas de ese país llegaron a
subestimar a nuestro pueblo. Por el lado de nuestro ejército, la estrategia de
no permitir que los invasores llegaran al Río Paraguay y llevar el escenario de
la guerra al corazón del Chaco, fue decisiva para nuestra causa. Fue sin lugar
a dudas una contienda terrible y tenaz, donde la más dura batalla fue contra la
sed que se ha cobrado más vidas que las metrallas. Es tiempo de que estos dos
pueblos hermanos olviden este pasado para construir ese reencuentro por tanto
tiempo postergado. Que la paz realmente constituya un fuerte motivo para la
cooperación y el entendimiento, un camino de esfuerzos mútuos y compartidos
hacia la grandeza y la dignidad de nuestros dos pueblos. He aquí un breve
mensaje en el intento de rendir un
homenaje a los héroes de esa gran contienda:
Día de la Paz.
La fiera
dejó de vomitar la muerte,
y antes de
que el sol asomara
despejando
las brumas de aquel horizonte grisáceo,
se perdió
en la espesura.
En la
semipenumbra, unas formas espectrales
fueron
incorporándose lentamente.
Fantasmas
desfigurados
en eternas
madrugadas de sed y de miserias,
que de pronto
volverían a ser hombres.
El gritó
sonó incontenible
en miles de
gargantas resecas:
¡No más
odios…!
¡No más
guerras…!
¡No más
muertes…!
En el
amanecer de aquel junio,
después de
una larga noche de martirio y de silencio,
dos pueblos
se hicieron uno,
y con la nueva enseña
que flameó
en los vientos
y la
dignidad que sobrevivió al miedo,
forjaron la paz de todo un continente.
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