GABRIELA
MISTRAL.
Rescato de
la memoria y el recuerdo la figura de la poetisa chilena Gabriela Mistral en un
intento por expresar el reconocimiento a los maestros en su día. Su nombre
verdadero es Lucila Godoy Alcayaga y nació en Vicuña, Chile, el 7 de abril de
1889. Desde muy joven se dedica a la docencia, siendo maestra de escuelas
rurales, profesora, directora e inspectora de Liceos. Su seudónimo literario
comienza a usar, al ser premiada con la medalla de oro y corona de laurel en
los Juegos Florales de Santiago de Chile por su obra: “Los sonetos de la
muerte”. En Méjico coopera en la gran reforma educativa y en la organización y
fundación de bibliotecas populares. Su estátua, erigida en una plaza pública de
Ciudad de Méjico, expresa el homenaje de gratitud perenne de este país por su invalorable
cooperación. También ocupó la Secretaría de Cooperación Intelectual de Francia y, en 1945
fue galardonada con el Premio Nóbel de Literatura, siendo la primera escritora
hispanoamericana en recibir esta distinción. Fallece el 10 de enero de 1957, en
la ciudad de Nueva York. Nos ha legado esta significativa oración:
Oración de la maestra.
Señor Tú
que enseñaste, perdona que yo enseñe;
que lleve
el nombre de maestra, que Tú llevaste por la tierra.
Dame el
amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de
robarle mi ternura de todos los instantes.
Maestro,
hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro
deseo de justicia que aún me turba, la protesta que sube de mí cuando me
hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de los que
enseñé.
Dame ser
más madres que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es
carne de mis carnes.
Alcance a
hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y a dejarte en ella clavada mi más
penetrante melodía para cuando mis labios no canten más.
Muéstrame
posible tu Evangelio en mi tiempo para que no renuncie a la batalla de cada
hora por él. Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre tu
cerro de niños descalzos. Hazme fuerte, aún en mi desvalimiento de mujer, y de
mujer pobre; hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda presión
que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida.
Amigo,
acompáñame, sosténme. Muchas veces no
tendré sino a Ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea más cabal y más quemante mi
verdad, me quedaré sin los mundanos, pero Tú me oprimirás entonces contra tu
corazón, el que supo harto de soledad y desamparo. Yo sólo buscaré en tu mirada
las aprobaciones. Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada
o venal en mi lección cotidiana.
Dame el
levantar los ojos de mi pecho con heridas al entrar cada mañana a mi escuela.
Que no lleve a mi mesa de trabajo mis pequeños afanes materiales, mis menudos
dolores. Aligérame la mano en el castigo y suavízamela en la caricia. Reprenda
con dolor, para saber que he corregido amando.
Haz que
haga de espíritu mi escuela de ladrillos. La envuelva la llamarada de mi
entusiasmo su atrio pobre, su sala desnuda. Mi corazón le sea más columna y mi
buena voluntad más oro que las columnas y el oro de las escuelas ricas.
Y por fin,
recuérdame, desde la palidez del lienzo de Velásquez, que enseñar y amar
intensamente sobre la tierra, es llegar al último día, con el lanzazo de
Longinos de costado a costado.
Comentarios
Publicar un comentario