ESAS
MUERTES SERÁN NUESTRAS.
Tenía
esperanza de que en el Tribunal de Saltos del Guairá se aceptara la prisión
domiciliaria de los cinco hermanos en huelga de hambre, ya por 56 días. El
rechazo me dejó anonadado. Esta es una condena de muerte, me dije. Sentí toda
la impotencia y la incapacidad que tenemos como sociedad para salvaguardar los
valores de la vida, para imponer un poco de cordura y raciocinio, en este
proceso de tantas irregularidades y mentiras. Sentí que si alguien muere como
resultado de la huelga la muerte pesará como si fuera nuestra. Comparto sobre
el tema algunos pensamientos.
TU MUERTE
SERÁ NUESTRA
Tu muerte
será nuestra porque te inmolas por la vida
aunque
nadie lo entienda exactamente.
En el silencio de los días se fortalece tu
proclama,
mientras se dilatan los debates de las dudas y
cobardía.
¿Porqué tu muerte hermano si otros tantos ya
murieron,
sin tumbas y sin cruces que lo indiquen
aunque la tierra sea nuestra?
La impotencia de los días van sumando las
mentiras
que acreditan impostores.
Hoy es viernes como otrora aquel día de la
plaza
en que otros hermanos sucumbieron.
En la farsa del tribuno contratado
se entretejen los falaces argumentos
sin importar que los acosados fueran treinta
y los victimarios cuatrocientos.
Todo indica que el poder no se resigna
a torcer el brazo a la soberbia,
aunque los días ya no cuenten porque la
voluntad resiste.
Como entenderíamos tu muerte
si otras muertes ayer te precedieron.
A los autores del oprobio, no les importan las
voces que franquean las fronteras,
reclamando la injusticia
del burdo proceso que han tramado.
Morirán los cinco o tal vez nadie
por el delito de reivindicar la inocencia
y solicitar la libertad que les fuera denegada.
Sobra poco tiempo para las horas decisivas.
Pero por encima de la muerte y de la vida,
desde ya queda al descubierto
la miserable conspiración que se ha montado.
De acaecer tu muerte hermano campesino
nos enrostrará la indiferencia
y la manifiesta incapacidad ciudadana,
dejando enmarcada la ignominia en la conciencia
adormecida,
tiñéndose de sangre las epopeyas del civismo.
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