El intenso
bombardeo y muerte de cientos de palestinos en su mayoría civiles y niños en el
territorio de Gaza genera una gran reacción internacional de rechazo y repudio.
Es porque la barbarie es inaceptable para la conciencia humana, ocurra donde
ocurra. Es llamativa sin embargo que organismos internacionales como las ONU o
las grandes potencias que manejan el mundo no se hayan pronunciado hasta el
momento en el sentido de propiciar cuanto antes un alto el fuego. Debemos convenir
que la confrontación Judía – Palestina, tiene una larga historia, y que las
informaciones y análisis que se difunden están en gran medida contaminados de
tergiversaciones y manipulaciones conforme a las fuentes y a los intereses de
las partes. Por eso no es fácil el enfoque objetivo del tema, y los analistas y
comentaristas, generalmente son inmediatamente encasillados como favorables o
no a las causas contendientes. Y sin embargo la indiferencia no se justifica ante
la gravedad de la situación planteada con todo lo que ella significa en
términos de valores y derechos de los pueblos y de los seres humanos. La nación
judía sobrevivió a diásporas y persecuciones, dispersa por el mundo durante
siglos, sin un estado propio. La persecución nazi significó la muerte miserable
y oprobiosa de 6 millones de personas por el solo delito de pertenecer a esa
raza. Como una manera de compensar esta gran tragedia, las Naciones Unidas, en
1948, en una votación muy reñida, por la diferencia de un solo voto, crea el
Estado de Israel. Se crea el estado en tierras comunes de árabes y judíos y ahí
comenzó la otra etapa de la historia. El Estado de Israel se afianza, consigue
repatriar a 250 mil judíos de todas partes, expulsa y confisca los bienes a los
palestinos que existían dentro del territorio del nuevo estado, ensancha sus
fronteras y se convierte muy pronto en una potencia militar apoyado,
especialmente por los Estados Unidos. Los judíos tienen poderosas conexiones
con el dinero del mundo y controla las principales agencias de informaciones.
De ahí nos viene la imagen de que se trata de un pequeño país amenazado por
todo el mundo árabe, pero todo el mundo árabe no tiene el potencial militar ni
los aliados estratégicos para vencer a Israel. Es cierto hay suficientes odios
y resentimientos como para querer hacerlo desaparecer, pero de ahí de que eso
sea posible es otra cosa. La otra cara de la moneda. Con la creación del Estado
de Israel correspondía reconocer el derecho del pueblo palestino a tener su
propio estado. Hasta ahora apenas consiguieron establecer un gobierno autónomo
en el pequeño territorio, la
Franja de Gaza, de 360 kilómetros
cuadrados donde habita una población de aproximadamente un millón y medio de
personas. Totalmente bajo control de Israel, sus energías, sus provisiones más
importantes, la conformación de sus autoridades, qué movimientos internos
pueden operar o no en el territorio. El odio es tan fuerte entre ambas partes,
pero Israel castiga a toda la población por cualquier delito que se cometa como
en este caso la muerte de tres jóvenes israelíes. Cientos de muertes, miles de
heridos. La prensa lo presenta como una guerra, pero en todo caso una guerra
muy desigual. Hasta ahora se informa que un solo israelí ha muerto frente a 200
palestinos. No ponemos en duda el derecho de Israel de protegerse y proteger a
su gente, pero no podemos admitir que para ello se recurra a la masacre y al
genocidio, condenables desde todo punto de vista. Pero por sobre todo debemos
reivindicar el derecho del pueblo palestino a tener su estado propio con toda
la soberanía que eso implica. Las Naciones Unidas tienen que promover y
consagrar ese derecho. Además debe garantizar la convivencia civilizada entre
ambos estados. De lo contrario la paz no llegará al medio oriente, y la miseria
de la guerra, la agresión y la muerte de civiles inocentes y de niños seguirán
impidiendo que la barbarie tenga fronteras.
MORIR EN LA PAVADA. Este cuento utilizó el sacerdote en su homilía de este domingo. No citó ninguna fuente pero me pareció interesante como tema de reflexión y heme aquí intentando recordar los detalles del mismo. Un hombre que vivía cerca de una montaña había encontrado en la parte más alta de la misma un huevo. Este era más grande que el de la gallina, y más pequeño que el del avestruz. No podía serlo porque cómo harían la gallina y el avestruz para subirse hasta la cima, pensó. Lo trajo a su casa y como estaba empollando una pava lo puso en su nido. Nacieron las pavitas y entre ellas había una que parecía más grande y con algunos rasgos y pelos diferentes. Mamá pava cuidaba de todas ellas. Las pavitas crecían comiendo lombrices y frutitas silvestres. Cuando ya estaban crecidos los pavos, el granjero se dio cuenta que aquel huevo que trajo de la montaña era el de un cóndor. Sin embargo este pavo- cóndor seguía comportándose como los otros pavos. Un día que éste vio pasar un cón
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