10 AÑOS
DESPUÉS
Era un
domingo. Algo nublado pero agradable. Muchas familias habían concurrido al
local para el almuerzo. Los niños correteaban por el parque interior ante la
atenta mirada de sus padres o encargados. Los clientes disputaban las filas
ante las cajeras que atendían presurosas. Todo era tan normal, tan habitual.
Nada presagiaba nada. Hasta que de pronto un chisporroteo alertó a la gente y
en pocos segundos las llamaradas convirtieron al local en un infierno. Se
apagaron las luces y la intensa humareda además de sofocante hacia imposible la
visibilidad. La gente corría a cualquier parte, y al encontrar las puertas
cerradas la presión de los que empujaban aplastaba a los primeros contra las
puertas o las verjas de gruesos barrotes del amplio portón del estacionamiento.
Por doquier había personas asfixiadas, pisoteadas o quemadas. El llanto y el
griterío se volvieron ensordecedores. El moderno y coqueto supermercado en
pocos minutos se convirtió en una trampa mortal para las más de 1000 personas que se encontraban
adentro. Los Cuerpos de Bomberos intentaban dominar el fuego. Se tardó mucho en abrir un boquete desde
afuera para socorrer a los afectados. Centenares de voluntarios, curiosos,
policías y carros de bomberos circundaban al local bloqueando las dos avenidas
convergentes. Los hospitales no daban abasto a tanta demanda. El local de
enfrente – paradójicamente un local de fiesta – fue utilizado para depositar
los cuerpos calcinados hasta donde concurrían los familiares desesperados en
busca de sus muertos. La tragedia del Ycuá Bolaños se había consumado con más
de 400 muertos y centenares de heridos. Este uno de agosto se cumplirá 10 años
y para los sobrevivientes y familiares de los fallecidos el desastre sobrevive
tan presente, tan lacerante y tan injusto.
El calvario
de la sobrevivencia de las víctimas, los procesos judiciales posteriores, la
indefensión de las mismas y las exiguas indemnizaciones que jamás resarcirán
los daños ocasionados, enmarcan el largo peregrinaje. Todavía queda pendiente
la lucha porque el local del siniestro sea adjudicado a las organizaciones de
las víctimas para erigir un altar de homenaje a los desaparecidos. La lección
más dolorosa de esta tragedia, es la primacía del criterio comercial por encima
de los clientes, de las personas. El guardia encargado cuando se desató el
incendio aseguró por fuera el cerrojo del portón del estacionamiento y se mandó
mudar. Era la indicación expresa de los patrones que se cumplía a rajatabla. Era para evitar que por cualquier principio de incendio los clientes se escapen sin pagar por las mercaderías. ¡Cuántas vidas podían haberse salvado sin esta orden maldita!. El plan de
previsión de incendio no estaba aprobado. El local no estaba habilitado para
operar. No había luces ni puertas de emergencias localizables. ¡Qué importa la
gente! En muchos locales las deficiencias siguen presentes en materia de
seguridad. La lección no fue aprendida o ha sido aprendida muy a medias. La
tragedia seguirá expectante mientras no se considere a las personas como centro
vital de todo emprendimiento empresarial.
Comentarios
Publicar un comentario