LAS SOGAS
DE LA VIDA.
Cuentan que
un grupo de jóvenes intentaba escalar uno de los picos más altos de los Alpes.
Se trataba de un concurso con premio y distinción para el que llegue primero.
Iban escalando la montaña a buen ritmo, pero de pronto comenzó a formarse una
tormenta y además ya era tarde y la noche se venía encima. “Este es un buen
lugar para acampar” dijo el guía y todos se dispusieron a descansar, menos uno.
“Yo voy a seguir – dijo – puedo avanzar bastante por unas horas y así acercarme
más a la cumbre”. Intentaron desalentarle explicándole el peligro que
significaba escalar en horas de la noche y además con una tormenta amenazante.
“Deseo ganar este concurso” fue lo último que se le escuchó decir. Iba
escalando con alguna dificultad. Unas dos horas después de su cometido ya había
oscurecido totalmente, no se veía nada a 10 centímetros de
distancia y más bien se orientaba palpando con sus manos los contornos de la
rosca. De pronto se desprendió la soga de avance y se sintió caer en el vacío,
hasta que finalmente quedó suspendido en el aire por la soga de seguridad. No
veía nada y comenzaba a sentir frío.
Como
siempre ocurre en los momentos límites, se acordó de Dios. “Señor sálvame,
sálvame” oraba desesperado. En medio de su pánico escuchó una voz que decía:
“Corta la soga” Le entró la duda ¿Cortar la soga? ¿Qué abismo me espera abajo? Decidió
no hacerlo. A la mañana siguiente, sus demás compañeros le encontraron ya
muerto por congelamiento. Estaba suspendido a un metro de altura de una
superficie plana. Si hubiera cortado la soga se hubiera salvado. Pero dudó, no
quiso desprenderse de la soga que, aunque precariamente, le ofrecía alguna
seguridad.
¿Cuántas
ataduras tenemos en la vida? Estamos atados a cosas y situaciones que se
vuelven cotidianas. Llegué a conocer a personas apremiadas por deudas que
contaban con dos inmuebles y que desprendiéndose de uno de ellos podían salvar
el otro, pero por no querer desprenderse de ninguno, termina perdiendo a los dos. Personas que no lucharon por sus
sueños porque aquello suponía renunciar a ciertas ventajas o comodidades.
Personas que no viajan aún pudiendo hacerlo porque temen que en su ausencia los
ladrones les arrebaten sus bienes. O padres que no ayudan a sus hijos en la
medida de lo necesario, arriesgándose por ellos, por temor a que en la vejez dejen de tener
recursos para los años difíciles de la existencia. Cada uno podemos hacer un
listado de las sogas que tenemos en nuestra vida. Ataduras también pueden ser
un resentimiento o un acto de soberbia que nos impiden reconciliarnos con los
demás. Cada uno podemos discernir cuáles son esas taras que nos mantienen
postrados y sin iniciativa para emprender la lucha por una realización
personal. Finalmente podemos también pensar en las ataduras que mantienen a
nuestro país en la miseria y en la angustia, para ver si alguna vez todos juntos conseguimos romper el garfio de
la corrupción y la impunidad que nos impide avanzar hacia un futuro
decididamente diferente.
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