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EL PAÍS QUE DUELE

EL PAÍS QUE DUELE

Siempre será un orgullo  pertenecer a este país, hermoso, rico, heroico y muy sacrificado. Imposible no amarlo y al amarlo también se le sufre. Este es un país que duele.
Duele que los dos partidos tradicionales que le han gobernado durante toda su historia hayan engendrado el monstruo de la corrupción al que lamentablemente ya no lo pueden dominar.
Duele que una larga dictadura haya destruído sus valores y haya enajenado sus tierras, sus bienes y sus recursos naturales,  y que haya perseguido y expulsado a sus mejores hombres y mujeres, retrasando su proceso histórico en el camino hacia el fortalecimiento ciudadano.
Duele que los convencionales del 92, en su afán de evitar toda dictadura personal en el futuro, hayan dado tanto poder a 125 parlamentarios, muchos de ellos de dudosas extracciones, que utilizan su poder para apañar los actos corruptos de sus miembros y burlarse de todo intento de investigación por parte de la fiscalía y el poder judicial.
Duele que haya tan poca esperanza de que los detentadores históricos del poder en este país sean desplazados por sectores progresistas que actualmente ocupan un mínimo tercer espacio, divididos y atomizados en tantas partes con muestra de incapacidad de concertación.
Duele que campesinos, trabajadores e indígenas, que saben muy bien que la causa de sus pobrezas es la clase política imperante que les roba sus recursos y se enriquecen con sus miserias, terminarán siendo manipulados y acabarán votando de nuevo por la misma gente que les explota y les margina.
Duele que tengamos un sistema político donde los partidos se convierten en máquinas de ganar elecciones sin ninguna referencia al bien común de la sociedad y terminan fortaleciendo el clientelismo político prebendario.
Duele que se persigan solamente  a los microtraficantes de drogas, se encarcelen a los jóvenes adictos obligados por sus carencias a delinquir, y que nunca sean aprehendidos los financistas y verdaderos beneficiarios de la drogadicción.
Duele que se siga regalando las tierras a especuladores, mientras se criminaliza la lucha social de los campesinos sin tierras y de los pequeños agricultores, que se convierten en parias y son expulsados por el modelo agroexportador que no cumple las normas ambientales.
Duele que las escuelas y colegios caigan en pedazos y los niños se queden sin sus meriendas mientras se enriquecen los que manejan los municipios y las gobernaciones del país.
Duele que bienes e instituciones del país corran riesgos de ser enajenados con leyes y reglamentaciones aprobadas sin participación y a espalda de toda  la ciudadanía.
Duele que tengamos una Iglesia más preocupada por conservar sus prerrogativas y privilegios que en acompañar y evangelizar al pueblo que peregrina en medio de la miseria y la marginación.
Duele, finalmente, que los medios de comunicación acallen o manipulen la verdad de los hechos, respondiendo a designios de quienes controlan los poderes políticos y económicos en detrimento  de los verdaderos intereses de la población en general.
Todavía podríamos seguir con una lista de desventuras. No podemos evitar el dolor que sentimos por este país.  Pero tenemos la esperanza de que este dolor se transformará muy pronto en fuerza, rebeldía y estandarte en la lucha por la dignidad ciudadana. 


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