UN MENSAJE NO LEÍDO.
Al menos no leído
adecuadamente. Algunos medios de comunicación se hicieron ecos, porque parecía
un gesto simpático, un acto propio de jóvenes inquietos que se animan juntos a
emprender una actividad que rompe esquema, fuera de lo esperado, fuera de lo común.
Comenzó en Ciudad del Este, probablemente una de las ciudades con más polución
sonora y visual, como también ético-político. Los jóvenes de esta ciudad se
auto convocaron para limpiar la ciudad de carteles y pasacalles, de las muchas
basuras que cubrían las avenidas principales. Fueron amenazados por grupos
interesados y hasta con posibles denuncias fiscales de robos y daños
intencionales. No se sintieron amilanados ni por las lluvias ni por las
amenazas. El ejemplo pronto se extendió a otras ciudades. Se sumaron con el
mismo entusiasmo y decisión, jóvenes de Concepción, Fernando de la Mora, Villa
Elisa, Encarnación y otras tantas ciudades.
Naturalmente no pudieron
completar la tarea, pero el mensaje estaba dicho. Al destruir los carteles y
boletines de los políticos, estaban también rechazando un modelo de hacer
política. Por algo los jóvenes no votan. El mayor porcentaje de ausentismo se
da en la franja etaria que va desde los 18 a 35 años de edad. La juventud está
ausente. No le interesa la política de la mentira, de la prebenda y del engaño.
En uno de los partidos tradicionales fueron depositados 120 mil votos nulos y
blancos, equivalente al 10% de los votos emitidos. Tampoco hubo celebración ni
algarabía multitudinaria en ninguno de los grupos políticos. Es como si se
dijera que nadie ganó, que todos perdimos. Y eso es lo grave. El desprestigio de la clase política no es
gratuito. Se está socavando la base institucional del sistema democrático. Se
está socavando la libertad y la legitimidad
de la elección. Se descalifican los resultados. Al concluir el proceso
eleccionario nadie habla del mejor candidato, de los mejores programas, sino
quién invirtió más dinero, quién manejó
mejores estructuras. En lo que se considera estructuras, además del dinero,
hay prebendas y clientelismo. Entonces
esto ya no es una democracia, el gobierno del pueblo que elige en libertad y en
igualdad de condiciones en el ejercicio pleno de la soberanía. Esto cada vez se
parece más a una plutocracia. El gobierno de los que manejan el poder económico
y las infraestructuras. Y nadie puede investigar, nadie está obligado a
rendir cuenta. En las internas
partidarias no rigen las leyes de control. No hay barreras para el dinero mal habido.
Se deja abierta la puerta para la narco política y se cierra de alguna manera
la puerta para los candidatos honestos. Es sumamente preocupante que los peores
intendentes y algunos candidatos con orden de captura hayan logrado la
posibilidad de su elección o reelección. No faltarán las justificaciones de que
así siempre fue o siempre será. Pero en
realidad nadie en su sano juicio puede estar tranquilo ante este paisaje de
polución ética y política. Si esta situación no cambia es probable que cada vez
estemos más cerca de una nueva dictadura o de un caos político de imprevisibles
consecuencias. Aunque sea de manera inconsciente, este es, al parecer, el
verdadero mensaje que quisieron darnos los jóvenes de nuestro país.
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