AQUEL “MARZO PARAGUAYO”
En esta semana se conmemora el decimosexto aniversario de
una de las gestas ciudadanas más importantes en la historia de la República del
Paraguay. Es profusa la documentación
que se tiene sobre el acontecimiento denominado “El Marzo Paraguayo” y todavía
se siente el dolor y la rabia, por tanta muerte y agresión promovidas por los
partidarios de un ambicioso y desequilibrado exponente del caudillejo militar
emergente de la sombría noche de la prolongada y miserable tiranía. Inicialmente
eran siete jóvenes los mártires, luego se sumó uno más. Ocho muertes con
nombres que están inmortalizados en la cruz erigida en la plaza. Centenares de
heridos sobrevivientes conservan aun las cicatrices de aquel
acontecimiento. Había un juicio político
en proceso, que se aceleró con el asesinato del Vice-Presidente de la República
Dr. Luis María Argaña. Las protestas y manifestaciones de un grupo de jóvenes,
autodenominado “Jóvenes por la Democracia” fueron aumentando después del vil
asesinato y fue creciendo la multitud en la plaza. Los campesinos que tenían
sus propios reclamos y reivindicaciones al principio no quisieron adherir a la
causa de las protestas ciudadanas, pero en cuanto sus reivindicaciones fueron
aceptadas decidieron permanecer y formar parte de la cadena humana que defendía
la plaza frente al Parlamento. Cada uno
puede recordar desde su experiencia este acontecimiento. A mí me tocó vivirla
desde mi condición de Director de Radio Cáritas. Con Roque Acosta, nuestro Jefe
de Prensa, analizamos la situación del momento y decidimos, aun sin contar con
transmisor de reserva, extender la cobertura
las 24 horas. Ese viernes terrible de dolor y muerte, el ataque encarnizado de
la policía para despejar la plaza, fue resistido por la multitud. Por un
momento parecía que la policía había logrado su propósito, pero los jóvenes
volvieron, con palos, piedras y sus gritos y la policía volvió a replegarse. Eran los momentos
previos a la masacre. Los compañeros que realizaban la cobertura, pidieron
refuerzo de baterías. Les enviamos con nuestro móvil, el único que teníamos,
pero se acercaron demasiado y fueron acorralados por la multitud oviedista, que
procedió a tumbar e incendiar el vehículo. La balacera había comenzado. De
tanto en tanto se escuchaba el tableteo de ametralladoras que provenía del
edificio del Correo. Nadie se desbandó. Nadie tenía miedo. Una nieta nuestra
estaba con sus compañeros en el lugar más crítico, en Paraguayo Independiente y
14 de mayo. Con mucho esfuerzo logro comunicarme con ella, para pedirle que se
retire de ese lugar. No abuelo, me contestó.
Mi esposa y mis hijos tampoco quisieron volver a casa. Amanecimos todos
en el recinto de la Catedral. Esa noche
fatídica no dejaban de sonar las sirenas de las ambulancias. Los heridos eran
auxiliados prontamente. El heroísmo era impresionante. Víctor Hugo Molas, uno
de los mártires, había sido herido y evacuado, pero no pudo resistir y retornó
a la plaza donde otros proyectiles acabaron con su vida. El sábado amaneció desierto y desolado pero
la plaza seguía defendida por los jóvenes y la multitud ciudadana. El juicio
político fue aprobado por la Cámara de Diputados, solo faltaba que el Senado
destituya al Presidente. La tensión siguió todo el domingo. La multitud era
inmensa. No había diferencia de clase, pero predominaban los jóvenes. En un
momento dado corrió el rumor de que alguien se había infiltrado con arma de
fuego. La orden era que cada uno revisara a la persona que tenía enfrente.
Veíamos como las jovencitas palpaban a las personas mayores. Así el intruso fue
descubierto. Al correr de la tarde del domingo se acrecentaron los rumores de
un ataque a la multitud. El Arzobispo de Asunción lanzó un mensaje
desesperante. Informó que un fuerte contingente de militares se acercaba a la
plaza y que podía darse una gran
masacre. Pero ahí estaba el impertérrito luchador, el Paí Oliva, que pidió a la
gente que no abandonara la plaza porque la amenaza podría ser una estrategia de
desbande. Y ya nadie se corrió. Hasta que llegó la noticia que hizo estallar el
grito incontenible en millares de gargantas. Renunció el
Presidente y el General Oviedo se había fugado.
Nunca nadie podrá describir la alegría de aquella inmensa multitud. El
pueblo había triunfado. ¿El pueblo? Sí el pueblo había triunfado. Los que
fracasaron fueron los políticos que malversaron con la corrupción este gran
triunfo del pueblo. La cruz de los ocho mártires sigue silenciosa y solitaria.
La canción sigue sonando en el tiempo y en el espacio: “Demos al Paraguay esta
nueva oportunidad, sin olvidar jamás” La sangre de los mártires necesita ser
redimida. La clase política corrupta tiene una gran deuda con la historia de
este pueblo. La traición a la causa del “Marzo Paraguayo” jamás quedará impune.
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