Imposible de entender. ¿Cómo un Dios todopoderoso pudo hacerse tan
pequeño y limitado al asumir la plenitud de la naturaleza humana? Y hacerlo de
la manera más humilde naciendo en un pesebre, sin ayuda médica y sin tener a
nadie que le auxilie. Es posible que su primer grito haya sido de espanto y de
miedo como el de tantos otros niños. No le habrá faltado hambre y ganas de
mamar.
Todo un Dios que se hizo hombre con todas sus limitaciones, necesidades
y urgencias. En un hogar humilde como hijo de un carpintero. Tuvo que crecer
entre martillos, clavos y serruchos como todos los carpinteros. ¡Cómo imaginarnos a un Dios que se lastima con
unas herramientas mientras aprendía el duro oficio de su padre! Muy poco se
conoce de su infancia y su juventud. Apenas unos hechos aislados recogen su
historia, hasta que llegó su tiempo de predicación y entrega. Sabía de su
misión y de su muerte pero no lo sabía vivencialmente cuán difícil y doloroso
le resultaría enfrentar ese momento con su asumida naturaleza humana. Sudó
sangre como el resultado del stress del miedo y gritó su protesta de abandono.
Su agonía duró demasiado y con su muerte ignominiosa en la cruz quedó todo
consumado.
Es un misterio muy difícil de entender. La encarnación y el nacimiento del
Niño Dios en el niño hombre. Es una locura. La locura de Dios, la locura del
amor. Dios se hace hombre para comprendernos y redimirnos. Es la máxima
expresión de amor. Por siempre desde entonces el amor está bendecido. El
mensaje del pesebre para nosotros es una interpelación sobre nuestra capacidad
de amar. ¿Amamos realmente? ¿Cuánto amamos? ¿Podemos crecer en el amor? La
significación de la vida se vuelve difusa porque el amor se banaliza.
Pequeño Niño del pesebre enséñanos a amar.
Amén.
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