EL DÍA DE LOS NIÑOS
MÁRTIRES
La intención de
dedicar una fecha a la celebración del Día del Niño podemos considerar una
buena idea pero hacerlo coincidir justamente con el día de la masacre y del
genocidio genera sentimientos contradictorios. Por una parte es bueno dedicar un día a los
niños, porque la alegría de un niño impacta y contagia, no solamente por la
pureza y la inocencia sino por el hermoso significado de vida, esperanza y
proyección hacia el futuro, y por otro
lado ¿por qué tenemos que recordar la masacre de Acosta Ñu todos los años? ¿Para
revivir el dolor lacerante de nuestra historia, para resaltar el heroísmo y el
martirio de nuestro ejército de niños o ver en ese acto la decisión de nuestro
pueblo de inmolarse para no sucumbir en el miedo y la cobardía? Una cuestión que a menudo surge es qué hacían
estos niños en ese campo de batalla. Nos dicen que era el ejército de la
retaguardia, formada por 3.500 niños y unos 450 veteranos que tenía por
finalidad cubrir la retirada del resto del ejército del General Francisco
Solano López. Que no estaban esperando al enemigo sino que fueron alcanzados y no
tuvo más remedio que enfrentarse a una fuerza muy superior con más de veinte
mil hombres fuertemente pertrechados. Que
no se habían pintado los bigotes ni contaban con fusiles de maderas para dar la
apariencia de soldados adultos, porque con eso no iban a engañar a los
invasores que contaban con buena información de inteligencia según lo señala el
periodista y escritor Andrés Colmán Gutierrez en su obra “Los mitos del 16 de
agosto” La lucha fue totalmente desigual pero el heroísmo de los niños y de
los últimos veteranos, también le costó la baja de 3.500 combatientes a las
fuerzas aliadas. Pero la indignación y
el dolor se acrecientan con la barbarie del Conde D´Eu, Comandante de las
fuerzas invasoras que mandó cerrar y clavar por afuera las puertas de un templo
que servía de hospital de heridos y de refugios de niños y mujeres y ordenó que
se le prenda fuego. Igualmente ordenó rodear de fuego el campo donde las madres
intentaban recoger a sus muertos. Este genocidio y esta barbarie del 16 de
agosto de 1869, constituyen un crimen de lesa humanidad que todavía reclama un
acto de justicia. Al retornar al presente cabe preguntarnos ¿cuál
será el impacto de esta recordación en las generaciones del presente y del
futuro? ¿Aprenderán patriotismo, cosecharán un sentimiento de odio, o fomentarán
la tradicional baja autoestima paraguaya? Es una cuestión que nos deberán contestar los
sicólogos y pedagogos. Pero también al regresar al presente nos encontramos con
serias contradicciones. Los bullicios de un enfoque comercial de la
celebración, no pueden tapar la realidad de que muchos de nuestros niños
todavía mueren por hambre o por grave desnutrición, y que esa desnutrición alcanza
o amenaza al 44.1 % de niños menores de 5 años. En los pueblos indígenas,
solamente 7 de cada 100 familias tienen acceso a agua potable y la desnutrición
crónica afecta al 41.7% (Según datos del Fondo de las Naciones Unidas para la
Infancia (UNICEF) La pobreza extrema sigue muy acentuada, la salud es
deficiente y en las escuelas a los niños más pobres se les roba sus meriendas.
La corrupción política compromete y distrae la posibilidad de la necesaria
inversión social y con ello, se compromete seriamente el presente y el futuro
de las nuevas generaciones. El recuerdo
de los niños mártires de Acosta Ñu nos exige una conmemoración diferente.
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