SAN ROMERO DE AMÉRICA.
En la República de El Salvador, en toda Centroamérica y gran
parte de Sudamérica y el Caribe, hubo explosión de júbilo ante el anuncio del
Papa Francisco de la próxima beatificación de Mons. Oscar Arnulfo Romero,
mártir de la iglesia católica de nuestro continente. Era el cuarto arzobispo de
San Salvador y se hizo célebre por su predicación en defensa de los Derechos
Humanos y por la condena de la violencia
que azotaba a su pueblo. Nació el 15 de agosto de 1917 y fue asesinado en pleno
acto de consagración de la misa que celebraba en la Capilla del Hospital de la
Divina Providencia por un francotirador, el 24
de marzo de 1980. El nombre del asesino, se conoció 31 años después y fue
el Vice Sargento Marino Samayor Acosta de la Ex Guardia Nacional quién habría declarado
que la orden provino del Mayor Roberto D´abuisson, creador de los escuadrones
de la muerte y fundador del partido ARENA (Alianza Republicana Nacional) El
asesino habría recibido como pago por su tamaña felonía la suma de 114 dólares.
Mons. Oscar Romero se solidarizó con las víctimas de la violencia política de
su país e hizo culto permanente de la opción preferencial por los pobres. Dejó
de ser un obispo cauteloso como le recomendaban sus hermanos obispos y el mismo
Nuncio Apostólico, después de que asesinaron
a quien fuera su apreciado amigo el párroco Padre Rutilio Grande junto a
otros dos campesinos. Desde esa fecha cambió su predicación y pasó a defender
fielmente y más firmemente los derechos
de los desprotegidos y denunció los atropellos, los asesinatos y las
desapariciones forzadas de personas cometidos por el escuadrón de la muerte.
Manifestaba que el gobierno no debería tomar al sacerdote que se pronunciaba por la justicia social
como un político o un elemento subversivo, cuando en realidad éste está
cumpliendo su misión en la política del bien común. Sus homilías que eran transmitidas por radio
todos los días fueron conservadas una a una, por su Obispo Auxiliar Mons.
Gregorio Rosa Chávez Rodríguez, gran
propulsor de su causa. Además todos sus enseres personales se conservan en un
museo que tuvimos la suerte de visitar en ocasión de una reunión de Cáritas de
América Latina y Caribe que se realizó en San Salvador. Mons. Oscar Romero,
sabía que su vida corría peligro lo que le llevó a expresar: “Si Dios acepta el
sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad” En otra ocasión
decía: “Por eso insisto yo, mucha oración. Oremos, pero no con una oración que
nos aliene, no con una oración que nos haga fugarnos de la realidad. Jamás
vayamos a la iglesia huyendo de nuestros deberes de la tierra” Un día antes de
su muerte realizó un enérgico llamamiento al ejército salvadoreño, diciéndole:
“Ante una orden de matar que dé un hombre debe prevalecer la Ley de Dios que
dice: No matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley
de Dios. La Iglesia no puede quedarse callada ante tanta abominación. Les
suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión” Fue su
última homilía. Al día siguiente le asesinaron. El mártir Oscar Arnulfo Romero,
pronto estará en los altares de todos los santos de la iglesia. Es una ofrenda
que Dios escogió en este continente para la iglesia universal. Su testimonio
nos habla de una iglesia comprometida con su pueblo en especial de los más
desposeídos y marginados. Que “San
Romero de América” como le llamaba el religioso Pedro Casaldáliga, nos proteja y nos bendiga.
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