NO SE
PUEDE DEJAR DE SOÑAR.
De los
pocos libros, de la colección de Paulo Coelho que se viene publicando, que he
conseguido leer, me llamó la atención de manera especial “El Peregrino”. La
obra es para leer y releer, porque contiene muchas e importantes reflexiones
que el autor plantea dentro del relato
que narra las peripecias de su propio peregrinaje por el camino de Santiago de
Compostela. Se suele decir que cada libro, se recrea y se reescribe con cada nueva lectura
porque el lector lo recibe e incorpora su mensaje conforme a lo que sabe,
siente y piensa. No tengo dudas de que de alguna manera fue eso lo que ocurrió
conmigo.
“El hombre
nunca puede cesar de soñar” dice nuestro autor.* “El sueño es el alimento del
alma, como la comida lo es del cuerpo. Muchas veces, en nuestra existencia,
vemos nuestros sueños deshechos y nuestros deseos frustrados, pero es necesario
continuar soñando, pues de lo contrario nuestra alma muere. Más adelante se
refiere al Buen Combate, “que es lo se emprende cuando nuestro corazón lo pide”, es aquel que se libra por aquellos objetivos que dan sentido a nuestra vida. Es el mismo sentido en que San Pablo habla de
las buenas batallas que ha librado en su vida. “Ya no se trata de las batallas
heroicas de los tiempos de los caballeros andantes, porque hoy por hoy, el
mundo ha cambiado y el Buen Combate se desplazó de los campos de batallas al
interior de nosotros mismos”. - Nos dice
Paulo Coelho- y continúa: “En la
juventud, tenemos mucho coraje pero todavía no hemos aprendido a luchar.
Después de mucho esfuerzo hemos aprendido a luchar pero ya no tenemos el mismo
coraje para combatir. Por eso, nos volvemos contra nosotros mismos y pasamos a
ser nuestro peor enemigo. Decimos que
nuestros sueños eran infantiles, difíciles de realizar o fruto de nuestra
ignorancia. Matamos nuestros sueños porque tenemos miedo de entablar el Buen
Combate”
“El primer
síntoma de que estamos matando nuestros sueños es la falta de tiempo. Las
personas más ocupadas que he conocido – nos dice el autor – siempre tenían
tiempo para todo. Por el contrario, las que nada hacían estaban siempre cansadas,
no conseguían realizar el poco trabajo que tenían y se quejaban de que el día
era demasiado corto. En verdad tenían miedo de enfrentarse con el Buen
Combate.”
“El segundo
síntoma de la muerte de nuestros sueños son nuestras certezas. Porque no
queremos considerar la vida como una gran aventura para ser vivida. Pasamos a
juzgarnos sabios, justos, correctos en lo poco que pedimos a la existencia…”
“Finalmente,
el tercer síntoma de la muerte de nuestros sueños es la paz. La vida pasa a ser
una tarde de domingo, sin pedirnos cosas importantes y sin exigirnos más de lo
que queremos dar. Creemos entonces que ya estamos maduros; abandonamos las
fantasías de la infancia y nos sentimos realizados personal y profesionalmente.
Nos sorprende cuando alguien de nuestra edad dice que quiere todavía esto o
aquello de la vida. Pero, en verdad, en lo íntimo de nuestro corazón, sabemos
que lo que ocurrió fue que renunciamos a luchar por nuestros sueños, a entablar
el Buen Combate.” Y… ¿qué ocurre entonces? El autor nos responde: “Cuando
renunciamos a nuestros sueños y encontramos la paz, tenemos un pequeño período
de tranquilidad. Pero los sueños muertos comienzan a pudrirse dentro de
nosotros e infectan todo el ambiente en que vivimos. Empezamos a ser crueles
con los que nos rodean y finalmente pasamos a dirigir esa crueldad contra
nosotros mismos. Lo que queríamos evitar en el combate – la decepción y la
derrota – pasa a ser el único legado de nuestra cobardía. Y llega un día en que los sueños muertos y podridos
vuelven el aire tan difícil de respirar que pasamos a desear la muerte, la
muerte que nos libre de nuestras certezas, de nuestras ocupaciones y de aquella
terrible paz de las tardes de domingo”.
* Página
60, de la 1° edición Planeta de: El Peregrino. Bs. Aires. 2012.
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