EL MURO DE JERICÓ
Inspirados en este
pasaje del Libro de Josué del Antiguo Testamento en el día de ayer en un acto
de fe numerosas personas caminaron alrededor del Palacio de Justicia de nuestro
país pidiendo, rogando y exigiendo, no que caiga literalmente los muros y las
paredes del emblemático edificio, sino que ceda por fin el muro de la
injusticia, especialmente de las injusticias cometidas contra los campesinos de
Curuguaty, condenados injustamente, a pesar de que nunca fue probada
culpabilidad alguna de los mismos. Esta es una injusticia muy dolorosa que
clama al cielo. Es posible que este clamor no sea oído y atendido por los
miembros de la Corte Suprema de justicia, tan seguros detrás de los muros de su
poder, y seguramente pensarán como el Rey de Jericó que están protegidos de
todo ataque. Recordemos que en el mencionado
pasaje en el Capitulo 6 (del 1-7) el Señor indicó a Josué que “diera la vuelta
a la ciudad, una vez al día, durante 6 días y que en el séptimo los sacerdotes
tomen 7 trompetas de las que sirven para el jubileo y que dieren siete vueltas
a la ciudad. Y cuando el sonido sea más continuado e hiriente – les dijo - todo
el pueblo gritará con grandísima algazara y caerán hasta los cimientos los muros de la ciudad por todas partes” ¿Cuántas
vueltas más soportarán los muros de la injusticia? O ¿Esperan que todo el
pueblo grite con grandísima algazara? Las injusticias contra la gente humilde y
desamparada se vuelven cada vez más insoportables. Y no se trata de la actitud
circunstancial de algunos jueces o fiscales. Es todo un sistema que responde a
un poder hegemónico imperante. Tenemos demasiados muros de Jericó que se tiene
que derribar. En estos momentos,
nuestros hermanos campesinos están caminando por las calles de Asunción,
rodeando al Parlamento Nacional, y probablemente lo harán con otros edificios
que también sean asientos de otros poderes del Estado. El muro de la injusticia
para con nuestros hermanos campesinos, es tremendo e histórico. La pobreza y la
pobreza extrema se concentran en el área rural. En las comunidades de
campesinos e indígenas hay hambre y se desatiende la salud pública. La pequeña agricultura, la agricultura
familiar son desatendidas. Los préstamos a que acuden para intentar cultivar y
sobrevivir no pueden pagar porque sus productos no tienen precio y además
carecen de caminos para acceder a los centros de mercadeos. No hay una política de reforma agraria que pueda rescatar a nuestros
hermanos campesinos de la discriminación y el abandono. Las grandes empresas
agrícolas y ganaderas son priorizadas con privilegios impositivos. No se garantiza la tenencia de la tierra para
los campesinos. Los grandes terratenientes nacionales y extranjeros, utilizan
recursos legales e ilegales, para apropiarse de las tierras de campesinos e
indígenas. La soberanía alimentaria y la
soberanía nacional resultan dolorosamente menoscabadas. ¿Cuántas vueltas más serán necesarias para
que los muros de estos templos del poder y de la injusticia sean demolidos? Es
una pregunta inquietante que no se debería tomar tan a la ligera. Nuestro
pueblo, alguna vez, quizás muy pronto, tendrá también la capacidad de gritar
con “grandísima algazara”
Comentarios
Publicar un comentario