RÉGIMEN DEL SICARIATO.
La inseguridad crece
y se diversifican las modalidades operativas de los delincuentes. Se
multiplican los robos callejeros, los asaltos a mano armada, las estafas, la
muerte por encargo y hasta los secuestros y cobros de peajes. En un principio
la acción de los sicarios en asesinatos por encargo se localizaba en zonas
fronterizas, pero últimamente se ha extendido a todo el país. En estos días en Ñemby, un municipio cercano
a la capital del país, los sicarios acribillaron a un guardia cárcel y a su
hijo. ¿Habrá sido un ajuste de cuentas? ¿Habrá sido por ser cómplice infiel de
algún operativo ilícito? ¿O simplemente se trató de alguien que quiso cumplir
con su deber de funcionario correcto de una institución muy delicada? No
hace mucho también asesinaron en Curuguaty a un oficial de la policía que de
alguna manera se comunicó con un camarada señalando el peligro que corría. En
Tacuatí, localidad del Segundo Departamento, mataron al Intendente Municipal en
plena calle a la luz del día y en presencia de su propia hija y de muchas otras
personas. En Bella Vista norte, dos sicarios acribillaron al Intendente y a su
secretario, a cara descubierta, con pasmosa serenidad, en medio de unas diez
personas. Todos coincidieron en este caso que se trataba de una excelente
persona y que no había sospecha de su vinculación con la mafia de su zona.
Coincidentemente, unos meses antes de su muerte, confidenció con un conocido
periodista, diciéndole que no podía facilitar más datos sobre la situación delincuencial
de la zona porque pondría su vida en peligro. Otro caso emblemático fue el
asesinato por sicarios del corresponsal del Diario ABC Color, Pablo Medina y su
asistente, cuya investigación sigue abierta.
Dentro del operativo de las Fuerzas de Tarea Conjunta, la muerte de un
comisario dejó la sospecha de que fue víctima de sus propios camaradas.
Probablemente el intento de investigar el caso le costó a su vez la vida a un capitán del ejército y del
suboficial que le acompañaba en confusas circunstancias según la denuncia del
propio padre, un general retirado. En
ocasión del ataque y muerte de un capo mafioso de la frontera en Pedro Juan
Caballero, se le consultó al gobernador del Departamento del Amambay, si el
fallecido era narcotraficante, respondiendo que no contestaba esa pregunta
porque todavía quería vivir. El narcotráfico y la narco política se hacen
cada vez más presentes en el país. El consumo de droga crece aceleradamente
pero los grandes proveedores no son detenidos. La institución policial está
desmoralizada. Cada día aparecen jefes y oficiales comprometidos en asaltos y
robos. El propio Comandante del ejercicio anterior está siendo enjuiciado por
corrupción. Las fuerzas policiales con
la creación de las Fuerzas de Tarea Conjunta volvieron a ser humilladas al ser
sometidas a una comandancia militar. Los policías carecen del seguro de vida y
las viudas de los oficiales muertos tanto de la policía como de las Fuerzas
Armadas no son atendidas en sus reclamos. El país se está convirtiéndose en el reino
de los sicarios. Ante sus amenazas sucumben fuerzas policiales, fuerzas
militares y funcionarios de instituciones penales. Además someten a fiscales y
jueces por amenazas o por connivencia. La corrupción generalizada alimenta la
vigencia de este nefasto reinado. El
sicariato tiene un costo muy alto al país y todavía costará mucho más porque
aparentemente, la clase política que nos gobierna carece de estatura moral para
enfrentar con éxito a este régimen execrable que se está imponiendo a nuestro
país.
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