LOS ROSTROS DE LA
NAVIDAD
En el mundo
occidental y en especial para los creyentes, la navidad, el nacimiento del Niño
Dios, es una celebración de profundo contenido.
“Se le llamará Jesús el Salvador, o Emanuel, Dios con nosotros” proclama el anuncio. Es el gran misterio que sostiene todo el
andamiaje de la fe cristiana. Es Dios
que se encarna y nace como un niño igual a todos los otros niños que lloran y
tienen hambre y sufren todas las privaciones de un ser limitado e imperfecto.
Dios nace en el seno de una familia y de una familia muy humilde que no
consigue ni siquiera hospedaje y al final tuvo que compartir un pesebre donde
los animales se refugian del frío. Todavía hay personas que dudan de la
existencia misma de Jesús en la historia pero más allá de toda posible
controversia, no podemos negar que el mensaje de su nacimiento conlleva el
sentimiento de paz, serenidad y amor.
Dios nace para toda la humanidad. Es fiesta de la familia y de la vida. Es una
celebración que sobrecoge porque, aun teniendo dimensión universal, cada ser
humano, cada creyente vive a su manera y perspectiva. “Por una Navidad sin desalojos” escribe en su
columna el padre Francisco De Paula Oliva, un luchador incansable a favor de
los hermanos campesinos e indígenas, que siguen siendo desalojados de sus
tierras y viviendas, con pretextos legales fraudulentos, dentro de un
contubernio político, judicial y empresarial. Estos campesinos e indígenas
constituyen el descarte social y económico, condenado a la miseria de la
extrema pobreza. La Navidad tiene que significar justicia y
esperanza para todos, en especial para los sectores más vulnerables. Para muchas otras personas, no tendrá el
significado de fiesta, como por ejemplo para los y las que están en las
cárceles alejados de sus familiares y para quienes el abrazo estará ausente. Para
los que trabajarán esa noche en los hospitales y albergues, en los servicios
públicos, y los custodios de la seguridad.
La navidad también tendrá un rostro distinto para quienes están lejos de sus
familiares, para los que migraron a otras tierras por diversos motivos, y que
en esa noche intentarán vencer la distancia con llamadas presurosas y
dificultosamente entrecruzadas. Y en varias partes del mundo, donde la violencia impera, es posible que ni
siquiera haya una tregua de Nochebuena. La política y las estratagemas de
dominación de los imperios dominantes seguirán con su siembra de dolor y
muerte. La lucha por la libertad y la supervivencia seguirá con todo su
dramatismo y el mundo no será capaz de responder a los clamores desesperados de
tanta gente atrapada, sin ser parte
directa, de los fuegos cruzados de los contendores, como la población civil de
Alepo en Siria. Pero a pesar de todo la estrella de Belén seguirá
iluminando al mundo. Una luz que puede
alcanzar a todos, a creyentes y no creyentes. Y esa luz hará que cada uno o
cada una, aunque sea por un instante, repiense en su vida. Se podrá sentir o intuir la belleza que encierra el sentimiento. Y la esperanza se transformará en alegría.
Para muchos también será la noche de la rebeldía en reclamo de la justicia y de
la libertad. El reclamo de la tolerancia y la solidaridad. La navidad de alguna
manera nos tiene atrapados a todos y en el ruido del brindis y los apretujones,
sentiremos en el alma que el Niño ha llegado.
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