EGOÍSMO Y PEQUEÑEZ
En nuestra vida de relación con los demás a menudo nos
sentimos tentados a calificar y enjuiciar a
nuestros semejantes con una vara muy estricta y fácilmente nos volvemos
injustos. Por ello habría que ser muy prudente en esto porque nuestra visión
puede estar contaminada por nuestro propio egoísmo, por nuestra propia
pequeñez. Para intentar incursionar en este ejercicio de autoanálisis, habría
que intentar precisar de alguna manera estos dos conceptos muy vinculados entre sí: egoísmo y pequeñez.
Con la ayuda del diccionario encontramos que egoísmo es “amor excesivo hacia
uno mismo, que lleva a preocuparse solamente del propio interés, con olvido de
los demás. Carácter del que subordina el interés ajeno al suyo propio y juzga
todas las cosas desde ese punto de vista” En cuanto a pequeñez, encontramos
estos calificativos: “Nimiedad, insignificancia, trivialidad, nadería y
puerilidad. Mezquindad, ruindad, bajeza de ánimo” Es muy difícil que una
persona pueda escaparse de este marco conceptual porque en el fondo el ego, la
afirmación del yo, puede desbordarse en cualquier momento y convertirnos en una
persona egoísta y por lo tanto incurrir en los defectos de la pequeñez, atraída
por la fuerza de la “ruindad y bajeza de ánimo”. Lo peor es que casi toda la base y la orientación de la educación
que recibimos tanto del hogar como de la escuela tienden más bien a confirmar
en nosotros una actitud egoísta, y se nos educa muy poco para ser generoso y
altruista. Considero valioso citar en este punto, el diálogo de un maestro
japonés con su discípulo, publicado por Paulo Coelho, en su columna “El
alquimista”, de la revista del diario Ultima Hora, del 15 de noviembre del
2014. He aquí el diálogo: “Cuando mires a tus compañeros, procura mirarte a ti
mismo” afirma el maestro y el discípulo contesta: “Pero, ¿no es esta una
actitud egoísta? Si nos preocupamos por nosotros mismos, jamás veremos lo que
los otros tienen de bueno para ofrecer” El maestro le responde: “Ojalá siempre
consiguiéramos ver las cosas que están a nuestro alrededor. Pero en verdad,
cuando miramos al prójimo estamos buscando defectos. Intentamos descubrir su
maldad, porque deseamos que sea peor que nosotros. Nunca lo perdonamos si nos
hiere, porque creemos que nunca seremos perdonados por él. Conseguimos herirlo
con palabras duras, afirmando que decimos la verdad, cuando apenas estamos intentando ocultarla de
nosotros mismos. Fingimos que somos importantes para que nadie pueda ver
nuestra fragilidad. Por eso – concluye
el maestro – siempre que estés juzgando a tu hermano, ten conciencia de que
eres tú quién está sentado, en el banquillo ante el tribunal” El mensaje está
muy claro, siempre hay que ser muy prudente cuando intentamos juzgar a los
demás. El egoísmo y la pequeñez, pueden inducirnos a dañar a nuestros
semejantes, a veces hasta a seres muy cercanos y queridos. Ese mirarse a sí mismo, ese esfuerzo por
reconocer nuestros defectos y debilidades, siempre será de gran ayuda para comprendernos a nosotros mismos y a partir de allí, comprender y ser justo con los demás.
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