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LA CORRUPCIÓN POLICIAL

LA CORRUPCIÓN POLICIAL

A la ciudadanía le duele siempre y mucho, enterarse de que miembros de las fuerzas policiales o militares actúan como delincuentes. Es natural que sea un tema preocupante porque constituye una desviación grave de la finalidad que la sociedad le asigna a las fuerzas de seguridad que es la protección de la vida y de los bienes de las personas.  Por eso cuando se informa que policías cometen delito genera una sensación de inseguridad en la población. ¿En quién confiar, a quién concurrir en los casos de ser atacados o agredidos o ante la inminencia de ser víctima de un acto delictuoso, si se sabe o se piensa que el peligro puede provenir de las mismas fuerzas policiales? Es una situación muy seria y preocupante. En estos días acaparan los informativos de los distintos medios de prensa, el desfalco de más de 1.100 millones de guaraníes a través de las tarjetas de provisión de combustibles. No sabemos todavía cuál será el resultado final de la investigación, pero por de pronto,  ya costó el relevo del mismo Comandante de la Policía Nacional, imputado por complicidad. Eso genera la impresión de que la corrupción estaba muy adentrada dentro de la misma estructura policial. Hay relevos y hay discursos de promesas de que se va a combatir la corrupción.  La ciudadanía considera que es un discurso más y que la corrupción permanecerá intacta. Pero por otra parte no se puede prescindir de las fuerzas de seguridad pública por la necesidad de la coerción para revertir los desacatos a las leyes del orden público que organizan y regulan las relaciones de la vida social. Y no se puede caer en la ingenuidad de pensar que la corrupción será totalmente desterrada de la institución policial. En primer lugar porque al parecer el poder de la fuerza siempre corrompe y en segundo lugar, hay que convenir,  que  es casi seguro que hay corrupción en todas las fuerzas policiales del mundo. La cuestión final,  entonces, será  establecer hasta qué punto ese poder está corrompido.  Hay que reconocer que la policía que tenemos es la policía que nuestra sociedad ha conformado.  Si el país es corrupto, si la clase política es corrupta, ¿cómo vamos a tener una policía honesta?  En nuestro país ninguna autoridad policial tiene autonomía de acción, depende de los políticos, de los empresarios, de las personas influyentes de su jurisdicción, porque una sola llamada telefónica  puede significar su traslado o la implantación de pruebas  delictuales en su contra. La pregunta que hay que hacer es si existe dentro de la policía el clima necesario para que los oficiales honestos puedan ascender y ocupar cargos de relevancia.  Nuestros políticos corruptos instrumentan miserablemente a nuestra policía.  No sería extraño que un policía que protege a un narcotraficante no lo haga por simple decisión personal, sino que sea en cumplimiento de una orden superior. Si no acepta o denuncia pone en riesgo no solamente su carrera sino su propia vida y la vida de sus familiares. Recordamos el caso de aquel policía que detuvo un camión con drogas y a consecuencia de ese hecho incendiaron su vivienda matando a su esposa y a su hija. En medio de su dolor decía que conocía al responsable pero nunca lo denunció.  No se trata de justificar la gravedad de la corrupción policial, sino evitar que nos detengamos solamente en la denuncia de esos hechos y  en el castigo de los posibles culpables de turno,  y perder de vista la verdadera causa de la corrupción policial. Una sociedad corrupta difícilmente podría contar con una policía honesta. En esta estructura los policías que intentan ser honestos son perseguidos y radiados del cuadro policial. Todas las instituciones incluyendo al Poder Judicial adolecen de corrupción.  Con predominio de  políticos corruptos nunca tendremos una policía honesta.  He ahí la verdadera y principal causa de esta condenable realidad

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