Podemos
decir que la honestidad es decencia, decoro, modestia. Es tener ideales nobles
y superiores y sostenerlos siempre aún a costa de muchos sacrificios.
Honestidad es obrar siempre con rectitud y justicia, con responsabilidad, con
espíritu de servicio, con honradez y sinceridad. Es obrar con fidelidad a la
verdad por encima de toda circunstancia. Es tener una moral acrisolada en el
yunque de la corrección y el sacrificio adhiriendo a los ideales nobles y
fuertes, a tal punto que eso, nos ayude a soportar los embates de los falsos
valores que imperan en la sociedad actual.
Lo primero
que se debe lograr es ser honesto con uno mismo. Eso significa tener conducta y
ser consecuente con los principios rectores de la vida. Es una condición
indispensable para tener una personalidad propia y adquirir la plena libertad.
Es
deshonesto el que renuncia a vivir con dignidad, el que miente en el amor y en
la amistad, el que derrocha su vida en la existencia vacía. Es deshonesta una
autoridad que no promueve con preocupación e interés la consecución del bien
común con un alto sentido de compromiso. Es deshonesto un pensador que no
expresa sus ideas con valentía y libertad. La honestidad debería ser siempre
signo y símbolo de la vida ciudadana.
Valga esta
breve reflexión para reconocer que se ha perdido en gran medida el sentido de
este valor entre nosotros. La honestidad no está de moda.
La pérdida
de la cultura de la honestidad representa una crisis humana y social profunda
para nuestra sociedad. No cabe duda que para la pérdida de la cultura de la
honestidad, contribuyó en gran medida, la práctica política de la prebenda y
del clientelismo, que ha generado el empobrecimiento de la mayor parte de la
población y ha condenado a nuestro pueblo a vivir la urgencia de la
supervivencia. El stronismo vació de contenido a la educación y desvirtuó la
historia. Suprimió la materia “Educación Cívica y Moral” y prohibió la
formación de los centros estudiantiles. Impuso como slogan el famoso “precio de
la paz” una consigna bajo la cuál se podía cometer y se cometía toda clase de
barbaridades. La herencia desgraciada de la dictadura es la clase política que
tenemos. Se omitió el slogan pero la práctica se ha perfeccionado.
¿Qué
tenemos que hacer para promover la honestidad? Se está planeando que la ética
vuelva a la escuela como enseñanza y como práctica de relacionamiento. En
realidad siempre debió ser así. Pero su resultado tardará muchísimo y lo más
probable es que sea insuficiente, porque tendrá en contrapartida los grandes
escándalos de la corrupción, el alardeo delirante del disfrute del dinero mal
habido y el bombardeo inmisericorde del vyrore´i (la joda) de los medios de
comunicación. La familia es la mejor educadora de los valores pero esta institución
también está en crisis. Nos queda como último recurso y esto hay que acentuar,
la movilización de la ciudadanía organizada. Esta es la última gran reserva
para promover la dignidad y la honorabilidad. El clamor y la demanda de la
justicia nos exigirán que seamos justos y honestos, porque no se puede exigir
lo que no se tiene. Es un buen aliciente
pensar que el portaestandarte de la bandera del honor y la dignidad seguirá
firme en manos de quiénes luchan por la justicia y la libertad.
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