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EL HACHA QUE NO CORTA NI OCULTA.

EL HACHA QUE NO CORTA NI OCULTA


Parecía una escena de un cuento fantástico. En plena calle de un lugar céntrico de la capital paraguaya, nada menos que en Mariscal López y Perú, a media mañana en un momento cargado de tráfico, un conductor que esperaba el pase del semáforo, desciende de su vehículo blandiendo un hacha para sorpresa de transeúntes y conductores.  Todo había comenzado, cuando se acercaron a su vehículo unos jóvenes que se aprontaban a limpiar el “parabrisas” sin esperar la autorización correspondiente a lo que el conductor se opuso, y ante la insistencia de los limpiavidrios se generó un intercambio de palabras que fue subiendo de tono. El conductor ya ofuscado descendió de su vehículo portando un hacha con lo que alejó a sus acechadores. El conductor hachero ante la insistencia de sus familiares que viajaban con él retornó a su cabina y continuó la marcha ante el aplauso de algunos de los espectadores. Ya más tarde explicó ante el requerimiento de algunos periodistas que actuó en defensa propia ante la amenaza sufrida y que el problema de los trabajadores de las calles debe ser asumido por las autoridades correspondientes.  La reacción de la gente y de la prensa comercial no se hizo esperar. Todos disparaban en la misma dirección, condenando la existencia de los trabajadores de las calles. “Es una amenaza, es una lacra que se debe superar, no se puede permitir que atenten contra los intereses de las personas” decían. Para entonces ya se extendieron los calificativos también para los “cuidacoches” y algún concejal del municipio asunceno, ya adelantó la presentación de un proyecto de ordenanza para prohibir la presencia de los limpiavidrios de todas las bocacalles de la ciudad capital. A los mismos se les capacitaría para desempeñar un trabajo digno. Mentiras sobre mentiras. El problema real es la falta de fuentes de trabajo. Aunque se les capacite no hay fábricas que les reciban. El hacha sin cortar a nadie abrió la herida con el debate sobre la situación de pobreza que arrastra nuestro país. Ayer fueron los inundados, hoy son los limpiavidrios y cuidacoches, mañana serán los indígenas de las calles. Los pobres molestan a una sociedad indiferente. Todos defienden su seguridad y comodidad sin pensar en las necesidades de miles de compatriotas que viven en los bañados o están hacinados en los asentamientos de los barrios periféricos. La prensa no ayuda a mirar la otra cara de la moneda. Nadie se pregunta cómo sobreviven estos compatriotas. Si tienen pan para sus hijos. Nadie piensa que esas moneditas que perciben en las calles pueden hacer la diferencia. El caso de los trabajadores de las calles no está dando una lección fundamental: La sociedad, el estado, tiene que hacerse cargo de todos sus miembros.  Nadie debería estar condenado a padecer hambre y miseria. La poca ayuda que les podamos dar es el precio del impuesto que no pagamos, del impuesto que no pagan los grandes sojeros,  ganaderos y financistas. Es la pequeña devolución de la plata que nos roban los políticos, es el precio de la incapacidad del estado para dar respuesta a tanta desigualdad y marginación.  No queremos que haya limpiavidrios o cuidacoches en las calles, no estamos de acuerdo con la agresividad de los mismos,  pero la solución tendrá que significar un trabajo con una remuneración digna y justa. Esta es la herida que sangra, y seguirá sangrando hasta tanto seamos capaces de construir un país con justicia y sin desigualdades humillantes.

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