UNA BUENA
JORNADA CIUDADANA.
El 26 de
marzo fue un día de dolor por una parte, porque se recordaba el 15 aniversario
de la muerte de los jóvenes en la plaza del “Marzo Paraguayo”, la gran gesta
ciudadana traicionada por la miseria de la corrupción y la incapacidad de
aquellos dirigentes que ocuparon el poder político de entonces.
Pero fue
también un día luminoso en que se recuperó la confianza ciudadana, se
multiplicaron los colores juveniles y se volvió a poblar de esperanza todas las
ciudades y los pueblos hasta los más remotos rincones de nuestra amplia
geografía.
Era la gran
huelga general que volvía a verificarse 20 años después de la anterior, en la
que se consiguió paralizar prácticamente todo el país, no solamente por la
fuerza de las movilizaciones sino porque el propio gobierno en su intento de
desactivar la huelga se dedicó a difundir peligros imaginarios que terminaron
por inmovilizar a mucha gente por un lado y por el otro, a incentivar la
participación de gran parte de la ciudadanía.
Había clima
de fiesta en las calles, nadie temía a las posibles represiones, pero no había
desafíos ni conatos de violencia. Se constató que las organizaciones campesinas
siguen intactas y ordenadas, que las centrales obreras recuperaron después de
mucho tiempo la fuerza de su protagonismo, y que se puso en marcha una
coordinación de fuerza campesina, sindical, estudiantil y ciudadana que hace
rato no se lograba. Es importante también resaltar la fuerza de las
organizaciones sindicales del estado, especialmente de aquellas, que pertenecen
a instituciones que se sienten amenazadas por la sombra de las privatizaciones
a través de la resistida ley de la Alianza
Público Privada.
Una primera
conclusión importante de la huelga general parece ser que el gobierno despertó
a la necesidad de contar con una verdadera política social y cultural. Que por
fin logrará entender que la lucha contra la pobreza va más allá de los términos
económicos, del simple juego de generar más recursos y que lo que se requiere
es generar más calidad de vida. Ojala que eso sea así, que se entienda que el
desarrollo debe ser integral, que las instituciones deben ser fortalecidas, que
la corrupción debe ser desterrada. Aquí llegamos al dilema que se deberá
despejar: la gestión del gobierno es una gestión política, pero los políticos
están atrapados por una práctica prebendaria que ha llevado al país al borde
del precipicio. Ya no se puede dar un paso adelante en esa dirección. Es aquí
donde surge imprescindible la participación ciudadana que deberá exigir cada
vez con más fuerza para que se destierre la práctica de la corrupción y la
impunidad, para que se respeten los intereses genuinos de la población, que se
fortalezcan sus instituciones democráticas, para que al final se modernice el
país y se proteja y se afiance su soberanía y su dignidad como nación.
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