RECORDANDO A MI MADRE.
Ayer mi señora madre debía haber cumplido 100 años. Nació el
14 de enero de 1915. Siento ganas de dedicarle algunas palabras en esta su
recordación centenaria. Su nombre María Hilaria Cabral, era una de las dos
hijas de madre soltera. Falleció hace 25 años. Muchacha campesina, trigueña,
robusta, hermosa y por sobre todo muy guapa en todo sentido, porque desde muy
joven se vio obligada a cultivar la tierra junto a su madre para sobrevivir.
Por esa razón no pudo concurrir a la escuela y por lo tanto no aprendió a leer
ni a escribir. Se casó muy joven, a los
17 años, con un brasileño llegado de Rio Grande del Sur, un gaúcho (en su
pronunciación portuguesa) que ingresó al país en plena época de la Guerra del
Chaco. En ese sentido el riograndense llamado Olegario Mello, fue un
aprovechador porque en aquel momento no había muchos competidores por el tema
de la guerra. Mi señor padre, también ya fallecido, era muy guapo en la chacra
pero tenía alma de trota mundo, no quedaba mucho en un solo lugar. Tanto fue
así que nuestra familia, en 1945 cuando yo contaba con apenas 4 años, realizó una
expedición llena de peripecias para trasladarse desde el sur, pasando por
Asunción y Concepción, al lejano Departamento del Amambay. Eran tiempos en que
no existía la ruta Concepción – Amambay y cruzar las picadas de Chirigûelo y
Cerro Corá, era considerada verdaderas hazañas de los pocos camioneros de la
época. Nos asentamos en una de las colonias de Pedro Juan Caballero y muy
pronto llegamos a tener una chacra floreciente. De ese entonces son mis
primeros recuerdos de la infancia y cuando llegó el tiempo de la escuela nos
trasladamos con nuestra madre a la ciudad. En 1950, otra vez nuestra familia
tuvo que emigrar, siendo esta vez el destino la ciudad de Concepción, donde
finalmente nos radicamos. Quiero mencionar dos hechos relacionados con mi
señora madre que todavía los recuerdo. Uno de ellos, fue el día en que mi madre
le salvó la vida a nuestro papá – somos 7 hermanos, 5 de padre y madre – en un
enfrentamiento muy desigual y en un acto que describe su valentía y coraje. Una
noche, llegaron a casa, un señor acompañado de dos de sus hijos cada uno en sus
respectivas cabalgaduras de las que no se apearon en ningún momento. Con
seguridad los tres portaban armas de fuego. Nunca supimos el motivo del
altercado, pero lo que sí oíamos con nuestra madre detrás de la puerta es que
la discusión iba subiendo de tono. Cuando parecía inminente el desenlace, mi
madre sale y da un estirón a la capa del señor que estaba frente a mi padre y
le dijo: Che rogape ha che memby renondepe nde japomoai mbaeve karai (En mi
casa y frente a mis hijos usted señor no va a hacer nada). El quedó mirándola
sorprendido por un buen rato, optando después por retirarse del lugar seguido
por sus hijos, sin decir una sola palabra. Mi padre quedó temblando de rabia con la mano derecha aferrada al pequeño cuchillo que tenía como arma. El otro momento que quiero mencionar
se dio cuando el gaúcho decidió de nuevo emprender camino. No – le dijo mi madre – terehonte nde, che
apytata, che membykuera oikepama escuélape (puedes irte, pero yo me quedo, mis
hijos ya están en la escuela). Sabia y difícil decisión que tuvo gran
incidencia en la historia de nuestra familia. Gracias mamá por tu valentía y
decisión.
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