ECOS DE CAACUPE 2019.
La celebración de la festividad de la
Virgen de Caacupé movilizó una vez más a una inmensa multitud de peregrinos
provenientes de distintos puntos del país e incluso del exterior. Algunos
medios de comunicación hablaron de un millón y medio de personas considerando
los días del novenario y la celebración central del 8 de diciembre. Una
multitud impresionante que deja abierta una serie de interrogantes en cuanto a
sus causas y motivaciones. Devoción y fe verdaderas, expresiones de una religiosidad
popular, atracción de multitudes,
curiosidad o simple ánimo de participación. La devoción a María, la devoción a la Madre
que escucha y comprende, que ama e intercede por todos y cada uno de sus hijos,
concentra en gran parte – sin lugar a dudas - la motivación del encuentro. Gratitud por los bienes recibidos, clamor por
las necesidades presentes y la gran esperanza que consuela y fortalece. La festividad de Caacupé desborda el
contenido religioso para convertirse a su vez en un gran acto de reflexión ciudadana. La religión no puede quedar reducida a los
templos, como ya lo había afirmado el
Papa San Juan Pablo Segundo frente al propio dictador. El Estado es laico, es cierto, pero los
católicos, o los que dicen que son católicos, constituyen la gran mayoría de
ciudadanos de este país. Es obligatorio respetar a los
no católicos y a los que profesan otras religiones o no profesan ninguna,
pero en un acto religioso católico es completamente lógico que se reflexione y
se analice la conducta de los feligreses porque la religión no es solo una
creencia o dogma de fe. Es también una forma de vida, que se ilumina con una
doctrina social y una ética social. Si
tenemos un país que se hunde en la corrupción. ¿Dónde están los católicos? ¿Son ellos los corruptos o son los cómplices
silenciosos? Si tenemos un Estado incapaz de asegurar la justicia para todos,
mientras se agudiza la pobreza extrema y se mal atiende la salud de la
población, ¿qué deben hacer los ciudadanos del país? Esa es la razón de los
mensajes de los obispos y predicadores de Caacupé. Se habló de la necesidad de un gran consenso
ciudadano para buscar juntos las grandes respuestas a nuestras grandes
necesidades. Se habló de la deficiencia de la Justicia, de la corrupción
política generalizada, del problema de la desigualdad económica y la mala distribución de la tierra. Se habló también de la falta de vivienda
digna, de la desocupación, del narcotráfico, de la violencia contra la mujer,
los niños y ancianos. De la necesidad de que se convoque a los mejores hombres
y mujeres para defender los intereses del país en las próximas
negociaciones del Anexo C y de todo el
Tratado de Itaipu que serán fundamentales para el futuro de nuestro país. Y
finalmente se habló de la necesidad de la reconstrucción moral de la
nación. ¿Se escucha o no la voz de
Caacupé? En una encuesta de un medio de
comunicación la respuesta fue que
solamente incidiría en un 10% de la clase política. No deja de ser
importante. Se debe revertir la
peligrosa tendencia hacia el abismo, como lo advirtiera el Mons. Ricardo
Valenzuela. Por encima de todas las
creencias o ideologías, el país reclama y exige el concurso decidido de sus
mejores hombres y mujeres, honestos y capaces, para asumir la responsabilidad
del destino patrio y así trazar su nuevo rumbo hacia un futuro digno y
auspicioso.
Comentarios
Publicar un comentario